¿Qué harías si un día te despiertas en un lugar que no conoces y eres incapaz de mover tu cuerpo? No puedes articular palabras ni soltar gritos de auxilio. Descubre qué fue lo que le pasó a Carolina, pero, sobre todo, ¿cómo podrá salir de esa terrible situación?
Carolina abrió los ojos de forma abrupta, como de esas veces que te despiertas sobresaltado de una pesadilla, el problema aquí, es que se despertó no para salir, sino para entrar en una.
Lo primero que vio fue la blancura de sus piernas. Se encontraba sentada con la cabeza baja, intentó levantar su mirada para ver dónde se encontraba, voltear a su alrededor, pero no pudo. Sus músculos no respondían a sus órdenes.
¿Qué le habría pasado? Lo último que recordaba es que iba camino a ver la película Doppelgänger, se encontraría con su novio en la entrada de la plaza después de terminar su clase de cirugía general. Pensó; ¿se había desmayado, tuvo algún accidente? Era evidente que eso sólo era una ilusión que anhelaba. No quería llegar al siguiente pensamiento, el cual le resultaba más aterrador, no le agradaba la idea de aceptar que había sido raptada.
Intentó gritar, pero no salía otra cosa de su boca más que el escaso aire que alcanzaba a exhalar.
Definitivamente no estaba en un hospital, el piso era demasiado lujoso. Podía escuchar el tic tac de un reloj. Por su mente pasó que podría tratarse de una bomba. Cuando te encuentras en una situación estresante, hasta las cosas que pudieran ser buenas o «normales» te crean ansiedad. Conforme pasaron los minutos, las horas, ese sonido se convirtió en algo relajante, si es que es posible ante esa situación. El escuchar las doce campanadas le indicaba que era apenas el medio día. Por lo tanto, llevaba toda la noche y parte de la mañana inconsciente. En el suelo se apreciaba como entraban dos pequeños rayos del sol. El olor era desagradable, como si algo estuviera podrido desde hace días.
No estaba atada, podía sentir como sus caderas y muslos tocaban aquella silla. No había nada que le estuviera apretujando, sin embargo, no podía mover ningún músculo. Trató de acelerar su respiración con el fin de que su cuerpo liberase la bendita adrenalina. Tal vez, esa sustancia podría darle el milagro de poder levantarse y escapar.
Lina escuchó el crujir de la cerradura y el sonido de esta al deslizarse, seguido de unos pasos que se iban haciendo más cercanos. Por la sombra que apenas alcanzaba a apreciar, se trataba de un hombre, y lo confirmó cuando este comenzó a silbar de la forma que lo haría cualquier persona común y corriente que llega a su casa después de un día que le resultó alegre, como si no hubiera una mujer desconocida a unos metros suyo.
Tenía sentimientos encontrados, no tenía conocimiento alguno de quién era esa persona, ¿podría ser un desconocido que nada tuvo que ver con ella, o era el causante de su situación? El silencio le dio la respuesta. Aquel tipo pasó a su lado como si no existiera, como si fuera un fantasma, un maniquí qué no hace otra cosa más que ocupar espacio. Le daba rabia qué no le diera alguna explicación. Si tan sólo la hubiera saludado, le hubiera dicho que la secuestró y qué en cuanto su familia pagara el rescate, la liberaría, ¿se sentiría más tranquila? Eran preguntas que sólo le provocaban mayor ansiedad.
Logró ver como dos botas ahora estaban delante de sus zapatillas, frente a frente. Sentía la impotencia de no poder levantar la cabeza y ver a su agresor. Él se agachó y la tomó de la cintura para cargarla como si fuera un costal, y literalmente así se sentía Lina. Era consciente de lo que le pasaba, pero no podía hacer absolutamente nada.
La recostó sobre una cama de metal, como la de los hospitales, o mejor dicho, la morgue, aunque eso era imposible, ella se encontraba haciendo su residencia justo en uno y no se parecía en lo absoluto. En el techo había un espejo donde se pudo ver. No tenía ninguna herida y eso la tranquilizó, todavía portaba su top amarillo y su falda negra, sea lo que le hubiere hecho, por fortuna seguía intacta.
Cuando alcanzó a verlo mediante el reflejo, lo reconoció al instante. Se trataba del nuevo compañero que entró hace un par de semanas. Todos los hilos fueron uniéndose entre sí.
En clase de nefrología, le había comentado que ser doctor es una de las profesiones más injustas. Son años de carrera, más la especialización, así como la actualización constante. Sobre todo, la práctica, un arquitecto puede hacer maquetas, un diseñador cientos de bocetos, pero un estudiante de medicina no podía ejercitar su oficio con simulaciones. Jamás se comparará una presentación de powerpoint con un caso real; con una herida abierta aunada a los gritos del paciente, el olor que su cuerpo genera, la textura de la sangre, la vista de los órganos expuestos, y otras cosas que dependiendo el criterio de la persona, pueden resultar repugnantes.
Por último, agregó que su sueño era convertirse en el mejor doctor del mundo, y qué haría lo que fuera necesario para conseguirlo. Lamentablemente, Lina, ahora sabía que ella era el conejillo de indias. Sintió un terror que nunca había experimentado.
Volvió al momento presente y vio como se le acercaba con un bisturí. Él ni siquiera le miró a la cara, no tuvo ni la más escasa empatía de decirle un “lo siento, no es personal”. Ninguna palabra salió al aire.
Empezó a realizar una incisión en su abdomen. Ella sentía el rasgado, pero carecía de dolor. Algo había hecho con su sistema nervioso que no funcionaba correctamente. Él se manchó las manos de sangre al introducirlas en la herida.
El Trastorno obsesivo compulsivo de Lina se acrecentó al ver la total falta a los detalles. No desinfectó la zona, no se colocó guantes, la apertura fue demasiado larga y profunda, aún si recobrara el movimiento de su cuerpo, no alcanzaría ni avanzar dos metros. Se desangraría al instante de levantarse.
Sonó el teléfono y el pasante de doctor se retiró a contestarlo. Lina, a través del espejo, vio que dejó el bisturí a centímetros de su mano derecha, se visualizó tomándolo.
Como estudiante de medicina, ya sabía perfectamente cómo salvar una vida, pero también cómo quitarla.
No dudó en arrebatarse su sufrimiento, y lo hubiera logrado, si tan sólo hubiera recobrado el movimiento de su cuerpo por un instante, pero los efectos de la anestesia o droga seguían presentes, y de igual forma, su limitada consciencia.
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